dimecres, 14 de novembre del 2007

Con el tiempo

Tal vez fue una coincidencia, un azar loco e impredecible que les llevó a encontrarse esa tarde en el parque. Quizás no. Lo cierto es que, tras doce años, la vió, sentada distraída en una terraza, mirando con la vista perdida en el horizonte. Se saludaron calurosamente. El tiempo, como un viento suave pero constante, les había cambiado, y cruzaron sonrisas de complicidad, entre tímidas y felices, viéndose familiares a la vez que tan distintos.
Pasaron las horas fugazmente, paseando juntos, riendo, recordando anécdotas, bromas, penas y alegrías compartidas en el pasado. Disfrutaron de la compañía mutua, hablando de viejas historias de profesores y riñas, de risas y sinsabores, de luces y sombras. El recuerdo, la nostalgia, dormía pero no moría, y se sorprendían mutuamente desenterrando del baldío que es la memoria sueños y sonrisas que sólo la compañía consiguió encontrar. Las anécdotas gustaban por la complicidad, por el gozo de una bufonada compartida que el tiempo había conseguido suavizar.
Se vieron uno y otro, años ha, juntos, risueños, con una amistad y admiración mutua que habían llamado enamoramiento. Al primer comentario, él se sonrojaba, entre la vergüenza de un error infantil y la ilusión por un sentimiento pasado, mientras ella reía, divertida rememorando situaciones vividas hacía doce años. Estuvieron un rato mirándose, en silencio, mientras el día empezaba a declinar, como tratando de ver, de explorar los pensamientos del otro. Sonrieron tímidamente, sabiendo lo que cada uno trataba de hacer. Finalmente, ella se giró, y con una carcajada infantil, lo tomó de la mano y echó a correr hacia el tiovivo.
Subieron juntos, ella aún riendo, él en silencio, mirada perdida, sonrisa triste. Siguieron hablando al rato, melancólico él, sorprendida ella del cambio. No reconocía entre las nieblas de su memoria haberlo visto nunca así. Entre el giro y la música animada de la feria, una duda cruzó su mente, para alejarse rápidamente.
Al rato continuaron, ya más tranquilos, él aún sumido en un mar de dudas, ella todavía risueña, como si su recuerdo se negara a aceptar el paso del tiempo. Doce años de memoria anclada en el tiempo, en la nostalgia de un viejo amigo idealizado, eran demasiados para comprender que el tiempo, firme, lenta, pausadamente, había cambiado el carácter y la vida de ambos.
Cuando sentados frente a frente en una terraza medio vacía de la feria, él explicó, con voz lenta, calmada, lo que ella temía, giró la cabeza lejos, hacia un tiempo que no regresaría. Continuó hablando, voz profunda, humilde, serena, sobre tiempos pasados, sobre vivencias de dos personas que habían cambiado, sobre dos mundos distintos, lejanos y cercanos a la vez, pero que ya no volverían. Tiempos lejanos ya. Él se levantó, gesto cansino, voz pausada, mirada comprensiva, mientras ella quedaba sentada, con gesto ausente, triste y resignado, mirando lejos, no sin nostalgia, a dos personas que no se volverían a ver más. Se despidieron en silencio, agradecidos pero tristes, con una mirada fugaz, corta pero llena de sentido. Después se giraron, mientras la música repetitiva y machacona de la feria les dolía tanto como lo hacía el recuerdo.