dimarts, 11 de desembre del 2007

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Cuando leas esta carta ya no estaré aquí:
Sé que no es una forma muy original de empezar algo así, quién sabe, quizás un..."Bienhallado, hoy me he vuelto a reunir con los papeles y la melancolía, para empuñar mi pluma".

Hoy retorno a las sombras que me crearon, hoy retorno a la oscuridad como despertada de un letargo en la penumbra en el que no me vela la luna llena. Retorno a las palabras, aquéllas que amenazaban tormenta en mi mente, que nublaron de llanto mis ojos y que me traen tantos y tan amargos recuerdos.
Recuerdos imborrables, un recuerdo a olvidar por cada pensamiento; y en el borde de cada lágrima, el reflejo del alba, que al fin y al cabo no es más que la sombra de tu sonrisa, y un rayo de tus ojos la luz del sol, loca. Sí, tal vez sea eso, tal vez sólo me esté volviendo loca; quizás los locos seamos el resto del mundo, tan sólo envidiados por el lado oscuro de la luna! Sí, tal vez sólo me esté volviendo loca.
Lágrima de recuerdo, de amor, quizás de confesión, no sé, sobre mi vida acecha un enorme e inmenso interrogante. Lágrima entre lágrimas vertida sobre montones de amarillentas y roídas fotografías que me recuerdan todas y cada una de las losas sobre las que, juntos, caminamos antes de que todo esto acabara...
Sí, esto te gustaba, el romanticismo, y me es muy difícil escribir pero a pesar de ello, no puedo evitarlo; me pasa, con los sueños, no puedo evitarlos, sobre todo cuando te cruzas tú en ellos...
Pero el romanticismo no es más que la capacidad de sufrir por amor, la desgracia en su puro placer, la desgracia de morir por amor.

Podría definirte de muchas y muy variadas formas, eres como un puñal que se hunde en las entrañas de corazones ajenos, o como un veneno que fluye por venas desconocidas; en cualquier caso, eres mortal, eres como un bote de cianuro apetecible, como una ceguera, tal vez una enfermedad incurable...
Eres el orden que desordena a la mismísima locura, eres la parte vital de una ensoñación de muerte y aún y así muero por tu culpa.

Y aquellos miedos temidos se convirtieron en irrisorias tinieblas afanosas de atraparme en sus redes; al final consiguieron aquello en que tanto empeño pusieron. Y maldigo el día en que por vez primera sonreí, porque de inmediato supe que, tras la sonrisa, el llanto me acunaría entre sus brazos. En un futuro que ya es pasado, no lo supe determinar y los besos rozaban mis recuerdos, besos cálidos, perdidos y lejanos ya como la lluvia que me inspiró estas palabras.

El esfuerzo de luchar por salir adelante en una vida aferrada a los recuerdos se convirtió en encuentros, paseos cercanos a la costa, y alguna que otra pelea que eclipsaba tu imagen y me devolvía a mi recuerdo. Ese maldito romanticismo otra vez amargaba mis pensamientos hasta lo más hondo de mi ser, como las botellas que en mi estómago vaciaba.
Pero aquella noche el mar saltaba con furia, las estrellas no alumbraban y la luna oscurecía por momentos escondida bajo el manto nocturno, hasta que la tormenta estalló y bajo el trueno, resonó el eco de tus pasos, y el alcohol empezó de nuevo su camino habitual, pero estacionándose esta vez en mi cerebro; se acomodó en la sangre, y se divirtió enterneciendo mis sentimientos, avasallando a la lógica, e inundando de romanticismo mis pensamientos predicándoles ideas de suicidio...Nunca entonces hubiera creído que el alcohol, siendo inhumano, fuera tan cruel.

Luego encontraste este montón de hojas donde no hallarás explicación alguna, -ni tan siquiera un "tú no tuviste la culpa"- pensarás, qué voy a decir, sabes que no se me daba bien mentir. Y al lado ves mi cuerpo, manchas de escarlata, el corazón sin bombear, la sangre secándose en mis venas, los pulmones vacíos de aire, y mi aliento más allá del éter; un rictus insaciable, la escasez de calor; y todo por tu defecto, pero no, así ya nunca te marcharás de aquí, para siempre estarás preso en mi alma; y, mientras tus ojos se derramen, y mientras sigas borrando párrafos con tus añoradas lágrimas, descarrilas tu mirada en mí, pero mis labios quedan en silencio, inmóviles, sellados por el inmenso acantilado de la nada; y cuando te vas, una ráfaga de viento me trae tu fragancia de vida, y mis ojos, que viste nacer cuando por primera vez te observaron, dilatados ya, se encaprichan en sumergirte en sus deseos. Y se dan cuenta, apenados, de que la coraza de su retina les impide moverse, apresándolos y recordándome que estoy muerta.